Soledad inmensa



Soledad inmensa. Inmensa. Por todos lados soledad.

No es nada, es vacío, es oscuridad y es un baño de luz cuando apetece oscuridad. Es eco en las habitaciones y es presencia, presencia aunque aquí no haya más que ausencia.

Tú tan lejos, y yo, que me esfuerzo por atar los extremos de las cuerdas que se van quebrando, desgastados por el roce de las estaciones.

Es mi vida. Es mi vida lo que tengo y mi rumbo lo que queda por decidir. Y esta soledad muda, hueca, se apodera de las imágenes que intentan llegar a la meta, en la terrible estampida que atraviesa mis sesos. Se aprietan, se empujan, se expulsan unas a otras de la pista de competición, las imágenes. Compiten sin reparo. Y siempre llegan las mismas a romper la cinta, mientras yo curo las heridas de los eliminados, allí detrás. A lo lejos, en la meta, escucho aplausos y me pregunto si alguien me los dedicaría a mí.

Soledad. Desde siempre. Y ahí sigues, impertérrita.

Soledad inmensa. Descomunal, soledad como nunca.

Por toda la casa, en los huecos de los estantes y de las paredes, entre los muebles, y sobre ellos y debajo también.

Soledad silencio. Soledad manto de estrellas. Soledad noche en vela.

Pero también soledad conversación. Soledad compañera. Dolorosa soledad de los que no la desean.

Quédate conmigo esta noche, busca alguna excusa y miente, no hay por qué estar donde se debe.

En el centro de la Tierra hay un punto hacia el que todos los demás convergen. Es allí, allí está su residencia y así es como se mueve. Hacia todo, sin reparo. Sin lástima, como la muerte.